Texto: Manuela Bernal Serrano // Fotos: El Espectador

Oriundo de Tumaco, llegó Marco Tulio Sevillano Cortés, luego de probar suerte con su mamá y hermanas en la capital del Valle del Cauca, Cali. A Bogotá llegó con dos amigos, los cuales se hicieron inseparables, pero la oportunidad que buscaban en la gran ciudad no sería como creían.


Las drogas lo consumieron y así terminó hace más de 28 años viviendo debajo del cruce de la calle 39 con Avenida Séptima, sin embargo, su vida en la calle le traería más de 4000 amigos que lo recordarían el día de su injusta muerte (estas son las hipótesis sobre su muerte).


En la Universidad Javeriana y la Distrital, lo conocían como ‘Calidoso’. Su apodo tenía dos sentidos, por lo buena persona y por la ciudad que la mayoría creyeron que era natal, Cali. Su acento valluno confundía hasta a sus mejores amigos, por lo que nunca se supo que Tumaco era la que había visto nacer a Marco Tulio.


La mayoría lo conocíamos porque compartió un cigarrillo o sus animales se acercaban para que uno los acariciara, sin embargo, esto era solo la puerta de entrada para conocer a un hombre tesoro que se escondía bajo un gorro de lana negro.


Por su hermano, Genaro Henrique, supimos que era el mejor de 11 hijos y que sus padres se habían separado cuando él era todavía un niño. Poco supo de su padre y sus hermanos, pero su mamá y sus hermanas le dieron el cariño que algunos todavía dudan de un hombre que vive en la calle.


“Era un flacucho y consentido- dice Genaro-  era el menor de todos los hijos de mi mamá y mi papá, pero mi padre después tuvo más hijos. En total somos como 20”, pero lo que conocen los compañeros de calle de ‘Calidoso’ es que “era un parado”, como dice ‘La Veci’.


“Alguna vez lo visité en la cárcel. Estuvo en La Modelo por un robo o algo así, pero agradecía mucho que fuéramos a llevarle comida y una que otra monedita” asegura ‘La Veci’, una mujer que lo vio desde hace más de 20 años rondando por la zona del Túnel de la Javeriana.


Algunos estudiantes que tuvimos la dicha de conocerlo más de cerca, sabemos que ‘Cali’ era como un ángel guardián, un hombre que te acompañaba al TransMilenio de la Calle 45 y que por la noche preguntaba por tu seguridad.


Su lugar predilecto era a la salida de las escaleras del túnel, allí donde ahora posan flores, velas y un pequeño arbolito que pusieron algunos que, como yo, lo conocieron de cerca. Recuerdo bien el momento que le pregunté sobre su día, que me contara por qué salía de noche cuando había menos gente, y su respuesta, siempre con una sonrisa: “niña, no me pregunte eso”, fue “porque la gente de noche es más amable y porque así puedo cuidarla a usted”. Respuestas que dejaban sin palabras, tan solo una tierna mirada y un “Todo bien, Cali, nos vemos mañana”.


Su ropa y figura asustaban al principio, en esta ciudad donde los habitantes de calle son tratados como menos y los padres agarran más duro a sus hijos cuando pasan cerca de ellos. Pero Marco Tulio era un hombre con buena ‘vibra’, un hombre que cuidaba a su perra y sus gatos más que a sí mismo, por eso de vez en cuando regalaba lo poco que tenía para ellos, sus fieles compañeros.


Rafa, uno de los habitantes de calle del sector, querido entre los universitarios, afirmó que “me duele mucho, era un ‘parcero’ con el que nos reíamos, era un hermano más y se fue feo”, y sí, ‘Calidoso’ fue vil mente asesinado, incinerado mientras dormía junto a sus animales. No murió en el acto porque su corazón no quería irse, quería vivir, en la calle de donde nunca se quiso ir. Aguantó hasta donde más pudo, murió entre las manos de los estudiantes que al salir de clases lo saludaban, murió entre nosotros, entre los que lo quisimos y nunca olvidaremos. El túnel sin ‘Calidoso’ nunca será igual.


Hasta que nos volvamos a encontrar, Tulio.



Así fue el entierro simbólico de Calidoso