NUESTRA EXPERIENCIA (III)
El pensar ha sido una constante
en los últimos días, las horas han dado su paseo como de costumbre, las letras
se mezclan entre sí y hacen una fiesta en cada acento frenado, los ojos brillan
con cada deseo plasmado y las sonrisas aparecen en el edredón que aún permanece
sin doblarse, cubriendo la pasión que se coló entre las paredes y que sigue
desnuda, como la conciencia infantil, que no sabe de pecado.
Llevé por horas las cenizas de
los recuerdos sobre mis hombros, las hojas secas del reclamo se aquilataron en
la entrada de los sentimientos, la copa de vino que estaba esperando ser
bebida, hoy solo es un trago amargo que no quiero beber. La mañana sigue ahí,
sin querer que el tiempo pase y con la solidez que dejan los años, erguida como
la madrona, dirige la orquesta de los minutos, que vestidos para la ocasión,
tocan de nuevo la melodía del medio día.
Un credo se asoma entre las
dudas, un beso que se dio después de una promesa hoy es un epitafio y los
viajes que se hicieron en el tiempo de verano, hoy son fríos recuerdos en el
invierno. Mis pasos se han detenido en la esquina donde aún quedan hilos de tu
cabello, los viejos postes conservan tu aroma fresco, juvenil, y las
sensaciones de lo vivido, se aproximan con el temor de no encontrarte, con el
temor del olvido.
Los platos en el desván, la luz
de la lámpara se hace tenue, las hojas secas se corren con el viento de la
tarde, don Miguel que se sabe todas las historias del pueblo se encuentra
enfermo y con ello el rezo de los rosarios ha aumentado, la vieja tienda de
doña Teresa ha cerrado más temprano que de costumbre, los pájaros se han
quedado tan quietos como la soledad misma y el sacerdote abre el templo en
punto de las seis.
Los gallos de pelea afilan sus
espuelas, el gato de la familia Pérez pasa por la acera donde se encuentra la
casa del señor González, el alcalde del pueblo, mi abuela que con sus cantos
líricos me introduce en la magia de la música y el doblar de las campanas, son
una suma perfecta que se podría reflejar en un cuadro barroco, con tintes de
varios colores y una sobrada delgadez sin dejar de ser fina.
En la esquina de la treinta y
tres, sentado en una silla metálica, veo pasar la nostalgia de los años que han
decidido irse, dejando a su paso la experiencia y una zozobra convertida en
esperanza. Una gaseosa fría, un bizcocho y unos ojos de color verde, son la
mejor forma de pasar una tarde calurosa, el reloj de la parroquia anuncia la
reunión de las hermanitas de la caridad; José, el bobo del pueblo exhibe su
explosiva sonrisa, mientras la tarde se viste con pijama y a descansar.
Hoy me quedo con tu silencio y
con la noche donde nos dimos un abrazo, me quedo con esos labios rojos
expuestos y con el caminar cadencioso de
reina recién coronada, me quedo con el grito del susto pasado en el parque en
esa noche de brujas, me quedo con la calma del pueblo cuando hay eclipse, me
quedo con el sabor de la cocina criolla y sobre todo, me quedo con las ganas de
hacerte el amor en la playa, bajo la luz de la luna.
(Roxanne)
Lic. Gustavo Gómez Reyes