Absurda resulta la penetración de mi pensamiento en lo coloquial, en lo pretérito, en lo crucial y sin las ventajas de haber vivido en este tiempo que parece fueran solo estallidos tan fugaces como el beso soñado.
Alguna vez leí: “la felicidad es
la virtud perfecta y una vida completa” Aristóteles. Y desde entonces me he
preguntado: ¿por qué si la perfección está en nuestra manos, por qué no la
tomamos? Buscamos en otras partes lo que está dentro de nosotros, profundizamos
en temas banales, superfluos y no en lo que realmente es relevante y aporte a
nuestro crecimiento profesional, personal, familiar, social.
He pateado piedras por las
calles, he pisado el césped de los parques, he crecido entre dudas y temores,
he malgastado mi tiempo en trivialidades, he sumado a la resta de mis
equivocaciones y cuando me creí gigante y poderoso, un séquito de hormigas me
derrumbó.
La estación del tren está
cerrada, mi viaje de regreso a la cordura no ha querido pasar, la montaña de
basura espera fuera del bote, la codicia es una nueva asignatura en el arte del
buen ciudadano, las llamadas que se acuestan entre almohadas se voltean para
sentir el calor de la esperanza y no el frio de la ausencia.
La nada se convierte en el tema
de estudio mientras el todo se pasea creyéndose redentor de copas y letras, las
ideas se visten de gris cuando el pensamiento no quiere andar y dejan la
sombrilla cerrada mientras el aguacero de la ignorancia arrecia entre los entes
que no dejan de hacer presencia.
La fatiga toca duro mi
creatividad, el silencio se asoma para burlarse de lo efímero que fue el
perdón, me río del paso que no se ha dado y de las veces que liberé la
intención de ser un mortal suscito, lívido y no creyente, necio e irreverente.
La mañana trae consigo tu voz,
conciencia mía, que baila con la música de los ancestros, que ora con los ojos
abiertos, que repele el fusil que no deja de activarse, que dibuja los sueños
con crayones blancos y negros, que se viste con los mismos harapos de esa
guerra que aún no termina.
De lo absurdo a la nada van las
miradas, las palabras, las caricias, los besos, las ilusiones, la sostenida en
lo eterno, las noches sin luna y las tardes sin sol, y si, como dicen Reisnik y
Collins: “las personas que aprenden son las constructoras de su propio
conocimiento”, necesito saber si mis conocimientos son producto de lo
aprehendido o producto de mi imaginación.
Llamaré elocuencia a la estupidez
que se ha vendido a quien ofreció sus querellas, pero llamaré sabiduría a quien
recoge los pasos con acento de quien ha vivido lo que le correspondía y lo que
arañaba.
Roxanne
(Gustavo Gómez Reyes)