La nube en la mañana se ha posado
frente al sol que incesante e imponente ha dejado ver con claridad la luz que
emana y que sin tregua alguna, no deja rincón para alumbrar, no deja alma para guiar
y no espera a que sople el viento para demostrar que entre las colinas y las
praderas, aunque pueda ser una quimera, se deja pintar por los ciervos y por el
águila imperial.
Las horas de la tarde anterior se
han quedado en la puerta esperando a que llegue el verso y descubra la tierna
mirada que en otrora era su alegría; las notas de la canción que ya no suena,
se han atorado en la partitura que el mendigo de la calle vecina, sostiene en
su mano y sin más que una simple rozada, despega para dejarlas caer en una tina
de plástico que espera por ellas.
Un piano ubicado en el centro de
la sala, es la decoración que sostiene la isabelina que en un rincón recuerda
como las guerras de los cincuenta se llevaron las ilusiones y las esperanzas de
los jóvenes que vestidos de caqui, miraban pasar el tiempo sobre sus hombros,
entre silencios venidos a menos, entre palabras tejidas para el almuerzo.
Los zapatos viejos del abuelo, se
encuentran en el baúl que aún tiene el olor a madera fresca, la mesa y el
mantel, han visto como los años le han azotado sin romper un solo pedazo del
metraje, las copas que en otrora mantenían llenas con un vino de Ávila, hoy son
solo la medida de las cenizas que guardan los recuerdos de lo que se vivió, de
lo que se sufrió.
De las gotas de agua que aún caen
sobre el balde, sale un suspiro para el corazón; las miradas del gato que se
asoma por la ventana, son la linterna del lazarillo que se somete a una orden;
las voces de la niña que pide a gritos que le devuelvan su muñeca, se hacen
golpes en la pared y un beso pintado de rosa, se esconde entre la timidez y el
encanto.
Un dibujo hecho con crayones del
momento en que estuvimos los dos en la playa, está sumergido en la página diez
del libro de historia; el pájaro que baila en el cable de alta tensión, tiene
una ilusión hecha paja en su pico; una línea entre los dedos y un hilo entre
las piernas, son la invitación a que la paciencia deje de merodear por debajo
de la mesa y llegue por fin a la alcoba.
Un vestido de lentejuelas,
aparece colgado en el clóset de la joven que sin piernas, no deja de soñar con
su baile de quince; una pelota rueda por el patio y el perro que no deja de
ladrar, sacude su cola ante la matera que retiene su aroma y en el desván, una
gotas de miel se mezclan con el pastel que es para los invitados, después de
las tres.
Ya no hay más tiempo para el silencio, es hora
de las lágrimas con gritos de soledad; ya no hay espacio para el reproche, es
el momento de vestirse de frac y lavarse el rostro para quitarse las manchas de
la noche quebrada; ya no hay café ni azúcar, solo quedan los pedazos de la foto
que evidencia que una vez hubo un empaque con moño y escarcha.
Roxanne
(Gustavo Gómez Reyes)
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