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miércoles, 26 de noviembre de 2014

“BASTA PAPÁ, ¿NO VES QUE ME DUELEN TUS CARICIAS?”

Desde los 7 años Estefanía Sierra fue abusada por su papá, un empleado de la Nacional de Chocolates. A los 21 años se atrevió a romper el silencio de millones de mujeres en el mundo.

Por: Henry Orozco octubre 09, 2014
“Basta papá, ¿No ves que me duelen tus caricias?”
Foto: Ilustración Internet


Recuerdos que se escriben con sangre, dolores esculpidos en la piel y marcas que se consagran en el alma…
Estefanía Sierra, una joven a la que el destino le jugó su peor carta y quien siempre ha tratado de escudriñar la baraja, es producto de manos fuertes que engendraron una vida y que sin misericordia alguna destruyeron la misma.
“Él llegaba de trabajar y al ver que la casa estaba sola, me llamaba, me abrazaba, se desvestía frente a mí y al mismo tiempo me quitaba la ropa, sacaba su miembro e intentaba penetrarme”.
Entre llanto y dolor, Estefanía invoca sus más crudos recuerdos, los que hoy día prefiere tener tres metros bajos tierra y aún, por decisión propia, cargar la cruz a cuestas, su propio karma; pues nunca estuvo, ni manifiesta estar dispuesta a denunciar al hombre que le dio la vida y que del mismo modo se encargó de destruirla cuando esta era apenas una indefensa niña.
Han pasado 21 años a su lado, me abruma pensar que quizá el abuso no sea solo desde los 7 años, más o menos desde que tengo uso de razón, sino desde que era una bebé. El solo hecho de pensar que pueda ser así me aterra –aunque de mi niñez antes de los siete años solo conservo buenos recuerdos–.
Yo vivía en San Rafael Antioquia con mi madre, mi padre y mis hermanos, todo era súper bien; mi papá era muy cariñoso conmigo –no solo lo era conmigo; recuerdo que con mi hermano también– éramos una familia feliz. Él siempre nos consentía mucho. Cuando empezó la violencia en el 2000 – 2001 más o menos nos tuvimos que desplazar a Marinilla y acá fue donde comenzó mi karma, el mismo que se encargó de cambiar mi vida por completo.
Cuando llegamos al pueblo nos alojamos en una casa por el parque infantil del municipio, donde él abusó de mí hasta que cumplí trece años –en ese entonces yo solo tenía siete añitos–.
Entre una mirada de sin sabor y una voz cortada por los malos recuerdos, Estefanía evoca su niñez en Marinilla junto a su más temible pesadilla, su padre; el ogro que se encargó de sembrar desconfianza en ella; desprecio, miedo y aberración por el género masculino.
Yo no podía pasar por donde habían hombres, le tenía mucha rabia a los hombres, mi papá no solo abusó de mí una sola vez sino que lo hacía constantemente: yo pasé de ser una niña feliz a ser una niña tímida, callada, me daba pena pasar por donde hubiesen hombres, no socializaba con los niños, siempre lo hacía con mujeres.
En San Rafael mi papá trabajaba en una empresa de seguridad y mi mamá era ama de casa; mientras que, cuando llegamos a Marinilla, dada la situación que afrontábamos, ambos tuvieron que asumir las riendas del hogar y trabajar para conseguir nuestro sustento. Yo creo que también eso influyó mucho en lo que pasó: debido a que mientras mi mamá trabajaba en el negocio de comidas que desde siempre ha mantenido en la plaza de mercado de aquel municipio del oriente antioqueño, que está justamente a 45 minutos de Medellín; él nos llevaba a la casa y ahí era donde se aprovechaba de la situación.
En primera instancia el negocio lo trabajó él, pero, al poco tiempo después entró a trabajar en la Nacional de Chocolates y luego en Pintuco, razón por la cual no tenía tiempo para hacerse cargo del negocio de comidas rápidas y mi mamá tuvo que responsabilizarse de este. Él desde entonces ya no lo trabaja más.
Pese a que ha pasado un largo tiempo y Estefanía es una mujer madura, centrada, preocupada por su vida y su bienestar, aún convive con sus familiares, entre esos su padre, el hombre que le dio la vida y que con sus putrefactos actos se encargó de despertar en una princesa el rencor y el odio más grande que jamás un ser pueda desenfrenar.
Para mí vivir con él es un caos, yo prefiero estar siempre por fuera de casa y no tenerlo cerca; me produce fastidio escucharlo, verlo, siento mucha rabia cuando me habla y aún más cuando me alega. Me acuerdo que una vez en una de sus cochinas borracheras, un 24 de diciembre si no estoy mal, mi mamá me llamó a contarme que él la había empujado, yo bajé corriendo de mi casa al parque, justo donde ellos estaban luego de haber salido a saludar a unos amigos, y me enceguecí completamente contra él, me le tiré encima y lo agredí sin compasión, era como si de alguna u otra manera yo sacara de adentro mil cosas y recuerdos que él tenía en deuda conmigo y que por supuesto se las quería hacer pagar a los golpes, nada menos de lo que merecía severo patán. Eso fue hace cerca de 4 años.
Los mejores años de mi vida…
Mi niñez en San Rafael siempre fue muy bonita porque yo tenía a mi mamá siempre conmigo, en ese entonces lo único que ella hacía era atender el hogar debido a que no tenía ningún trabajo. Mi papá también era un hombre entregado al hogar; muy pendiente de nosotros, casi no consumía alcohol, no era agresivo, los tratos siempre fueron muy bien, yo era muy feliz y tenía muchos amigos, académicamente en la escuela me iba muy bien y nunca, ¡nunca, nunca! voy a lograr entender que pasó con él. En San Rafael él ora otra persona totalmente diferente, no sé si allá en realidad pasó algo similar a lo que viví acá en Marinilla durante 6-7 años, pero a decir verdad no tengo malos recuerdos de esa época. Todo era como en los cuentos de hadas, color de rosa. (…)
La primera vez que mi papá abusó de mí, yo vivía por el parque infantil y nos iban a matricular en la escuela azul, ese día estábamos con mucho afán y hasta ahora no me explico porque mi madre permitió que yo entrara al baño con él a bañarnos juntos. En el baño estaba la ducha y al lado el lavadero, ahí fue donde él me subió y me empezó a manosear abusando de mí. Ese día me tocó por todas partes y frotó su pene en mi vagina, el solo recordarlo me repugna –exclama Estefanía mientras hace un extraño sonido de fastidio y rencor al recordar como su propio padre no tuvo compasión para abusar sexualmente de ella e intentar la primera violación que semana tras semana se iba a repetir con mayor intensidad–.
“Desde que pasó eso yo cambié por completo, porque obviamente a uno le cambia la vida por completo”
Entré al bachillerato y me empecé a comportar de una manera muy rebelde con mis compañeras, con los profesores, siempre fui muy agresiva y quien me conoce puede dar certeza de que mi temperamento es más bien fuerte y es debido a todo eso.
Cuando estaba en octavo yo empecé a salir con un niño, de hecho era lo más normal para una mujer de mi edad, sin embargo él –mi padre—se enteró y no le gustó para nada, apenas se dio cuenta me llevó para la casa y me empezó a pegar, cogió el cable del equipo de sonido y empezó a pegarme sin compasión, incluso hasta la ropa se me rasgó, ese día tenía un pantalonsito de esos como de dril, la telita era más bien delgada, incluso me acuerdo del color: era beige y me lo rasgó y yo quedé vuelta nada.
Al colegio siempre acudía con el uniforme de educación física que era una sudadera y no con el de gala que era una falda, debido a esto me empezaron a llamar la atención hasta que a mi me dio rabia porque no iban más allá y siempre me rebajaban y me rebajaban sin si quiera preguntar e indagar qué había más allá de mis actos; porque no trascendían de lo superficial y eso me parecía muy inhumano, así que un día ya no aguanté más y estallé; me bajé la sudadera y les mostré mis cicatrices –las mismas que mi papá me había ocasionado a golpes y que me impedían portar mi uniforme de gala que era una falda donde quedarían al descubierto mis piernas cicatrizadas–.
La primera persona que se enteró del abuso fue una profesora
Cecilia cruz, fue a la primera persona que decidí contarle lo que pasaba con mi monstruoso padre. Ella era un ser muy bello, siempre estuvo dispuesta a escucharme, aconsejarme y ayudarme a superar esta cruda etapa de mi vida.
Todo empezó desde el colegio cuando iniciaron el proceso de investigación sobre mis cicatrices. Ella se supo ganar mi confianza para así en realidad, yo decirle que era lo que me pasaba. Me sugirió denunciarlo, yo se lo conté a los trece años y verdaderamente hoy día considero que fue un alivio para mí porque hasta ese momento dejó de pasar; mi papá abusó sexualmente de mí desde los siete años hasta los trece años, porque allá en el colegio me empezaron a sugerir que fuera a denunciarlo e incluso estuvimos en el proceso de investigación donde me dejaron muy claro que era lo que podría pasar si yo me atrevía a denunciar y pues también que mi madre corría riesgos por ser una de las personas directamente implicadas en esto. Eso era lo que yo menos quería, ver afectada a mi mamá, por eso decidí tragarme mi pesadilla y no denunciar, mi mamá era una heroína para mí; ella misma dentro de sus problemas y con su verraquera era quien se encargaba de llevarnos el pan de cada día al hogar.
El rechazo de mi heroína 
Otro de los consejos de Cecilia Cruz, fue que me animara a hablar con mi madre, yo pensé muy bien la situación y efectivamente quise poner en marcha su consejo. Recuerdo que para esos días estaba reciente la golpiza de mi padre por enterarse de ‘mi supuesto primer amor’; así que mi mamá no me creyó absolutamente nada de lo que le dije y lo que hiso fue afirmar que yo estaba diciendo todo eso porque tenía rabia con él por la golpiza que me había dado; lo cual para mi fue como una puñalada trasera, un valdado de agua fría; si antes no podía explicarme como mi papá había cambiado tanto para mal hacia mí y hacia mi familia; ahora no me cabía en la cabeza que mi propia mamá se negara a creerme y contrario a eso creyera que todo lo que yo le decía era absolutamente falso y producto de mi rabia adolescente.
Yo no me explicaba como una madre puede ser tan irracional y no escuchar a su hija, al mismo tiempo que pensaba:- “Dios mío es que donde a mi hija le hagan eso, yo mato y como del muerto –mejor dicho–.”
Mi papá esperaba a que mi mamá saliera a trabajar a eso de las 4 o 5 de la tarde y que se llevara a mis hermanos para aprovecharse de mí.
A veces mis hermanos estaban en casa dormidos y él abusaba sexualmente de mí, en otras ocasiones yo llegaba de estudiar y la casa estaba sola hasta que él llegaba y empezaba a llamarme, yo sentía mucho miedo e impotencia porque sabía que si me rehusaba a hacer lo que él quería podía golpearme y quien sabe que más podría hacerme.
Cuando dejó de pasar todo esto yo realmente sentí mucho miedo porque mi mamá pese a que no me creyó si decidió enfrentarlo y preguntarle a lo que él se negó rotundamente; recuerdo que un día mi papá llegó muy ofuscado a la casa, ebrio y empezó a gritarme y a reclamarme que yo porque estaba diciendo todo eso; a mi en realidad me daba mucho miedo porque él era una persona que bebía mucho licor y que siempre que lo hacía se volvía un tipo agresivo, le pegaba a mi mamá e intentaba acabar con todos los enceres de la casa. Muchas veces me tocó llamar a la policía en la madrugada para que se lo llevaran a un calabozo porque sino este señor nos mataba a mis hermanos, a mi madre y a mí.

Él siempre abusaba de mi en sano juicio, yo sé que siempre fue muy consciente de sus cochinos actos, incluso cuando se percató de mi periodo menstrual –a los 12 años– empezó a usar preservativos y si en unas de sus violaciones contra mí integridad física y moral no traía consigo un preservativo; prefería masturbarse tocando mi cuerpo, rosando su miembro en mí, viéndome llorar y aborrecerlo con el alma. Cuando terminaba su acto sexual, me limpiaba el semen que había derramado sobre mí y se iba.
Yo, debido a que era una niña de tan solo siete años cuando empezó todo este martirio, me sentía muy rara y en ese entonces no había desenfrenado el resentimiento que hoy poseo hacia él; yo lo seguía viendo como mi papá y para mí en primera instancia fue algo muy normal porque en ese entonces no se hablaba tanto del tema como se habla ahora, o al menos en mi familia no llegó a tocarse semejante tema. Por la falta de información yo lo veía todo muy normal, incluso a mi me mandaban a una carnicería a comprar carne y el señor carnicero me tocaba los senos, me manoseaba. Es solo ahora cuando soy mas consciente de que lo que sucedía en ese entonces no estaba bien y no comprendo yo porque permitía esos abusos contra mí.
Yo era una indefensa y confusa niña y pagué el precio más caro por falta de información.
Para ese entonces, yo pensaba que todo era normal, si mi papá me lo hacía que era mi papá y todo lo que él hacia era bueno; nada de malo había en que el señor carnicero me lo hiciera.Hoy en día pienso en todo lo que generó esto en mí, fácilmente hasta pudo abusar de mí cualquier otra persona.
Papá, me apestan tus caricias…
Él llegaba y empezaba a abrazarme pero la mayoría de las veces yo ya sabía que me esperaba, cuando el estaba ahí, cuando el me empezaba a tocar y, sobretodo, cuando me bajaba los calzones.
Yo sentía demasiado miedo tanto por lo que me hacía como por el hecho de que llegara mi mamá; porque mi mamá si era más temperamental que él cuando de castigarnos se trataba, incluso él –mi papá– me decía que no le contara a mi mamá porque ella me pegaba, que yo sabía como era. Así me manipulaba.
Estefanía Sierra, ha sido una mujer golpeada por el destino de la peor manera; empero, hoy en día pese a que no cuenta con el apoyo ni el amor de sus padres –tal cual lo expresa ella misma mientras derrama una lagrima por sus mejillas—es una mujer valiente, luchadora, emprendedora, dedicada al estudio, al trabajo y a su novio. Una mujer que quiere y lucha por salir adelante y que carga con una cruz a cuestas que no le desea ni a su peor enemigo, ahora es docente de primaria, dicta talleres en escuelas de diferentes veredas del oriente antioqueño; estudia en la Universidad Católica de Oriente Licenciatura en lenguas extranjeras y trata de brindar confianza, amor y seguridad a sus niños (aprendices) con los que por lo menos se ve dos o tres veces a la semana.
Yo siento que desde que le conté a mi mamá lo que sucedía conmigo fue como darle motivos para que dejara de quererme, esto si es realmente duro para mí, ella casi siempre me trata con desprecio e incluso en varias oportunidades me ha echado de la casa. Yo sé que lo que mi papá me hacía no es mi culpa, nunca lo ha sido, es más, yo nunca le di motivos para que lo hiciera. Ese señor no es más que un enfermo sexual.
Ahora tengo 21 años, vivo en Marinilla, hace poco me gradué como Normalista (profesora de primaria) –cosa que realmente me apasiona–. Nunca pensé ser docente; entré a estudiar allá como por no dejar de hacer algo y poco a poco me enamoré de mi carrera; disfruto mucho trabajar con niños y brindarles el apoyo que muchos de ellos tanto necesitan, porque yo sé que algunos niños pasan por la misma situación mía (realmente me ha tocado darme cuenta de ello) y entonces es algo muy bonito ese proceso de confrontación con lo mío y lo de ellos y de igual manera el apoyo y la ayuda que yo les pueda ofrecer; así mismo como me ayudó a mí Cecilia –la profesora—porque de no haber sido por ella no sé donde estaría yo y hasta que punto hubiese permitido más el abuso. Fue por ella que yo decidí hablar y gracias a eso paró todo.
Muchas veces cuando yo estaba dormida sentía que me tocaban y cuando abría los ojos él estaba ahí; yo lo miraba con desprecio, ira y con odio pese a que no era capaz de decirle nada. Desde que yo decidí contar todo no volvió a abusar de mí; yo sé que es por miedo, después de que mi mamá lo enfrentó él paró su abuso. Ahora yo no permanezco en casa, él llega a las 5:30 o seis de la mañana a la casa, casi nunca cruzamos palabras; yo trabajo y así he logrado sobrellevar mis gastos, simultáneamente estoy cursando primer semestre de Licenciatura en lenguas extranjeras en la UCO.
Creo que la primera violación completa hacia mí la cometió cuando yo tenía 9 años o 10 ya que inicialmente –desde los 7 años— intentó penetrarme pero mi cuerpo era muy diferente, era de una niña, yo lloraba mucho. Ya con el tiempo empezó a abusar de mí completamente.
Antes era todo por encima, luego él llegaba me manoseaba todo el cuerpo, me quitaba la ropa y se bajaba los pantalones e intentaba penetrarme; yo derramaba muchas lagrimas no tanto por el dolor sino porque ya era consciente de lo que él me hacía y me sentía impotente ante la situación. Él me sobaba la cabeza como demostrando lástima ante mí y no paraba hasta eyacular, luego me limpiaba, se vestía y se iba. Casi siempre lo hacía en cuestión de 10 minutos y en repetidas ocasiones cuando mi mamá no estaba en casa y  sabía que yo estaba sola.
Después de los 11 años más o menos yo dejé de llorar, ahora solo aumentaba cada día más mi rencor hacia a él –cada vez que abusaba de mí–; nunca más lo volví a llamar papá. No podía ser mi padre un hombre capaz de agarrarme a la fuerza, tirarme en una cama y abusar sexualmente de mí. Ese tipo solo merece estar muerto; no merece ni el perdón de Dios.
Yo siempre he sido muy fría con los hombres, cuando empecé la relación con mi novio me sentía muy extraña mientras el me abrazaba; recuerdo que una vez en medio de un juego me dio un beso en la cama agarrando un poco fuerte mis manos –sin más intenciones a una posible muestra de afecto—y yo empecé a gritar como loca, alegarle y a insultarlo porque me removió el pasado. Él no entendía nada hasta que decidí contarle; ahora, entiende mi reacción con mi padre y siente desprecio por él.
Santiago, mi novio, igual que muchas personas que ahora lo saben me ha sugerido denunciarlo porque considera que aún estoy a tiempo de hacerlo y cree que no es tarde para hacerle pagar todo lo malo que recibí de él.
También porque tengo una hermanita menor que fácilmente podría afrontar la misma situación a la que estuve expuesta por tantos años; pero yo siempre he estado muy pendiente de ella. Le expliqué como era nuestro padre y nunca la dejo sola en casa ni mucho menos con él; cuando mi mamá no está y yo debo salir la dejo en casa de una vecina, mi hermanita nunca pone resistencia porque ella ya sabe lo que me pasó a mí; yo siempre le he explicado todo.
Hoy en día cargo una cruz que siempre va a pesar igual pero que cada día sé sobrellevar con más valentía; aún hay gente que le parece increíble mi situación en vista de que creen conocerme un poco y ven que ahora soy una mujer carismática, dedicada a mi estudio y mi trabajo y que gracias a Dios no poseo ningún vicio que mínimamente era lo que esperaba de mí. Aunque no tengo el apoyo de mi mamá ni de mi familia siempre he tratado de salir sola adelante; yo sé que es muy duro y más aún cuando de celebrar un logro se trata, pues no tengo unos padres a quienes pueda o desearía hacer sentir orgullosos. Ahora estoy buscando alternativas para hacer una vida independiente y tratar de ser feliz sin la presencia de mi familia; lo único que me ata a quedarme en casa es mi hermanita.
Espero que mi historia de vida al menos sirva para que más niños o niñas como yo no sean o sigan siendo abusadas sexualmente por ningún patán ni mucho menos por un sujeto miembro de su familia. Me gustaría poder ayudar a mucha gente que desgraciadamente afrontó mi situación y tratar de luchar para que no se siga repitiendo la misma historia en cuanta criatura indefensa pueda existir en este mundo lleno de violencia y maldad.
*Los nombres de los personajes son ficticios con el fin de proteger la identidad de la protagonista de la historia
@HenryOroxco

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