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lunes, 28 de noviembre de 2016

DEL AGUA A LA MIEL


La nube en la mañana se ha posado frente al sol que incesante e imponente ha dejado ver con claridad la luz que emana y que sin tregua alguna, no deja rincón para alumbrar, no deja alma para guiar y no espera a que sople el viento para demostrar que entre las colinas y las praderas, aunque pueda ser una quimera, se deja pintar por los ciervos y por el águila imperial.

Las horas de la tarde anterior se han quedado en la puerta esperando a que llegue el verso y descubra la tierna mirada que en otrora era su alegría; las notas de la canción que ya no suena, se han atorado en la partitura que el mendigo de la calle vecina, sostiene en su mano y sin más que una simple rozada, despega para dejarlas caer en una tina de plástico que espera por ellas.


Un piano ubicado en el centro de la sala, es la decoración que sostiene la isabelina que en un rincón recuerda como las guerras de los cincuenta se llevaron las ilusiones y las esperanzas de los jóvenes que vestidos de caqui, miraban pasar el tiempo sobre sus hombros, entre silencios venidos a menos, entre palabras tejidas para el almuerzo.


Los zapatos viejos del abuelo, se encuentran en el baúl que aún tiene el olor a madera fresca, la mesa y el mantel, han visto como los años le han azotado sin romper un solo pedazo del metraje, las copas que en otrora mantenían llenas con un vino de Ávila, hoy son solo la medida de las cenizas que guardan los recuerdos de lo que se vivió, de lo que se sufrió.

De las gotas de agua que aún caen sobre el balde, sale un suspiro para el corazón; las miradas del gato que se asoma por la ventana, son la linterna del lazarillo que se somete a una orden; las voces de la niña que pide a gritos que le devuelvan su muñeca, se hacen golpes en la pared y un beso pintado de rosa, se esconde entre la timidez y el encanto.

Un dibujo hecho con crayones del momento en que estuvimos los dos en la playa, está sumergido en la página diez del libro de historia; el pájaro que baila en el cable de alta tensión, tiene una ilusión hecha paja en su pico; una línea entre los dedos y un hilo entre las piernas, son la invitación a que la paciencia deje de merodear por debajo de la mesa y llegue por fin a la alcoba.


Un vestido de lentejuelas, aparece colgado en el clóset de la joven que sin piernas, no deja de soñar con su baile de quince; una pelota rueda por el patio y el perro que no deja de ladrar, sacude su cola ante la matera que retiene su aroma y en el desván, una gotas de miel se mezclan con el pastel que es para los invitados, después de las tres.

Ya no hay más tiempo para el silencio, es hora de las lágrimas con gritos de soledad; ya no hay espacio para el reproche, es el momento de vestirse de frac y lavarse el rostro para quitarse las manchas de la noche quebrada; ya no hay café ni azúcar, solo quedan los pedazos de la foto que evidencia que una vez hubo un empaque con moño y escarcha.


Roxanne
(Gustavo Gómez Reyes)

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